La vida de Hoja

El Hombre del traje verde

Hoja, estaba desayunando su tacita de savia de cada mañana, recibiendo los dorados rayitos que Don Sol le regalaba, cuando de pronto comenzó a caer hasta llegar al césped del jardín.


Alguien había sacudido a su Papá Árbol. Su frondoso Papá Árbol.
Miró a su alrededor y vio a muchas de sus hermanas dando suspiros de preocupación. Ella, que era muy valiente, les dijo que estuvieran tranquilas, que una nueva aventura las esperaba. Aunque verdaderamente, Hoja, no sabía que iba a suceder.

Apareció un hombre de traje verde y gorra marrón con su nombre bordado en la visera, sujetando un palo llenito de ramas. 

¡Qué sorpresa se llevaron Hoja y sus hermanas al ver como se acercaban a ellas sus primos los tronquitos! Hace tiempo que vieron como a su tío el Árbol le habían cortado varias ramitas y con ello se habían llevado a sus primos los tronquitos. 

Hoja se alegró mucho y le pregunto a uno de ellos, al más grande, qué tal estaban. Tronquito le dijo que habían hecho un equipo que se llamaba escoba, que el hombre del traje verde los ayudo a unirse y que eran felices de acá para allá, subiendo y bajando como cuando vivían en casa con tío Árbol y el viento los mecía.
Así es, que Hoja empezó a sentirse más entusiasmada con lo que a ella y a sus hermanas podría esperarles.
El hombre, con la ayuda de escoba y sus primos los tronquitos, claro, comenzó a juntar a todas sus hermanas y cuando las tuvo a todas juntas en un montoncito, las echó en una bolsa transparente y las subió a su camión.

Algunas de las hermanas de Hoja, lloraban al ver como se alejaban de su jardín lejos de su Papá Árbol, pero Hoja miraba a través de la bolsa transparente los campos nuevos y se emocionaba al descubrir que no sólo había césped verde, ¡también había dorado!

Seguro que era obra de Don Sol, que había pintado con sus rayos aquellos campos.

En una parada que hizo el hombre del traje verde, se sorprendió al descubrir a la señorita Amapola ¡Qué roja y que bonita era! Se hicieron amigas y le contó que en su jardín vivía la Familia Margarita y que ninguna de ellas tenía un color tan brillante. Margarita tenía hijas blancas, rosas, amarillas, pero no rojas.

Hoja estaba muy feliz con este viaje. A ratitos, echaba de menos a su Papá Árbol y también a su Mamá Tierra con su melena de raíces tan largas. Y se acordó de lo que Mamá Tierra les dijo a ella y a cada una de sus hermanas cuando cumplieron cinco primaveras: “Hoja, algún día ya no vivirás con nosotros, tienes que ser fuerte y valiente y llegarás a ser una Hoja maravillosa y muy valorada”.

Hoja, no le había dado demasiada importancia a aquella frase de su Mamá. Pero recordar en aquel momento aquellas palabras, le hizo sentirse más feliz todavía.
El hombre del traje verde paró el camión frente a un cobertizo grande de madera. Cogió la bolsa con Hoja y sus hermanas y se dirigió hacia la puerta del cobertizo.

La Mujer del delantal naranja

Una Mujer de ojos marrones claritos, coleta de caballo y un delantal naranja, recibió la bolsa transparente y dio un par de monedas al hombre del traje verde. La sonrisa de la Mujer le recordó a Hoja la sonrisa de su Mamá Tierra. Entonces Hoja, habló en alto a todas sus hermanas, que seguían tristes y les dijo que recordarán lo que Papá Árbol siempre les decía, “hay que ser fuerte hasta en los vendavales más difíciles”.
La Mujer del delantal naranja, dejó caer sobre una mesa de madera a Hoja y sus hermanas. Las separó cuidadosamente, una a una, acariciándolas. Muchas,  perdieron el sentido, pero Hoja se dejó abrazar por los suaves deditos de aquella Mujer que con tanta delicadeza las trataba. Luego la Mujer se marchó. Poquito después, se hizo de noche.

Un rayito de Doña Luna entro por la ventana del cobertizo, justo dónde Hoja estaba acostada. ¡Qué sorpresa! Era Doña Luna. No se había olvidado de traerla sus rayitos de plata antes de dormir. ¡Gracias! Le dijo Hoja a Doña Luna y Doña Luna, que para Hoja era como su abuelita la contestó: “Descansa pequeña Hoja, mañana te convertirás en una Hoja muy especial.

Hoja se durmió…pero antes de dormirse recordó a su Papá y le mandó un beso enorme, a Mamá Tierra y sus abrazos ¡cuánto los quería! ¡Ojalá mis hermanas se acordarán de lo que nos decíais! Y pidió a Doña Luna que le dijera a Don Sol cuando se cruzasen al amanecer, que les diera una buena ración de Rayitos a sus hermanas para desayunar al día siguiente y olvidarán así su miedo su tristeza.

Don Sol apareció radiante aquella mañana con su tacita de savia solar. Hoja estaba impaciente, saltarina, emocionada ¡¿Qué pasaría este nuevo día?!

Entonces la Mujer del delantal naranja apareció. Hoy llevaba el pelo suelto y brillante. Se acercó a una estantería y cogió un bote de espray. Comenzó a rociar a sus hermanas despacito. Cuando le tocó a Hoja, volvió a sentir el calorcito de las manos de la Mujer y lo suavidad con que sus dedos la sujetaban. “Qué bonita Hoja eres” dijo la Mujer mientras rociaba a Hoja. Y Hoja suspiro feliz, mientras sentía como gotitas frescas se adherían a su cuerpecito muy, muy despacio, para poco a poco sentirse flotar y dormirse plácidamente.


Hoja se despertó. Al principio no sabía muy bien dónde estaba. Le costaba un poco moverse. Cuando consiguió desperezarse por completo vio con asombro que su color había cambiado. ¡Ya no era verde! Era, era ¿qué color era ese tan parecido a los rayos de Doña Luna? No era del todo blanco ni del todo plateada. Era blanca con pizquitas plateadas, ¡Sí, ese era ahora su color! También se dio cuenta, que su forma no era la misma. Había dejado de tener curvas, ahora sólo tenía cuatro lados. ¡Qué extraña forma era esa! Debajo de ella, sintió a sus hermanas despertándose. ¡Todas se habían convertido en Hojas de cuatro lados blancas y con pizquitas plateadas! 

¡Habéis quedado preciosas! Dijo la voz de la Mujer del delantal Naranja cogiéndolas a todas y levantándolas al aire. Luego se acercó el ramillete de Hojas al pecho y las abrazó. Hoja escuchó el latido del corazón de la Mujer de ojos marrones claritos y se llenó de amor.



La Chica de la voz dulce

Pasaron varios días hasta que Hoja se hizo por completo a su nuevo color y forma. Al principio no era muy cómodo. Es más, Don Sol le dijo a ella y a sus hermanas a la mañana siguiente, que ya no necesitarían tomar la savia de sus rayitos, que ya eran mayores para eso.  Y eso, apenó un poco a Hoja que quería mucho a Don Sol desde que nació. Sin él, seguro que no habría crecido tanto. Doña Luna en cambio, les dijo que por ella no se preocuparan, que seguiría viniendo a visitarlas siempre que quisieran. 

Una tarde la Mujer del delantal naranja las cogió a todas y las metió en una bolsa dorada. Hoja no pudo ver aquella vez el camino hacía donde se dirigían porque la bolsa no se transparentaba. Pero supo que no era más que un paseo que duraba lo que tardaba Don Sol en esconderse cada tarde. Luego oyó el sonido de unas campanitas y una voz de Chica muy dulce que saludaba a la Mujer del delantal naranja.

La Chica de la voz dulce y la Mujer del delantal naranja estuvieron hablando mucho, mucho rato. Se reían y parecían conocerse desde hace mucho tiempo. Hoja, se acordó entonces de los ratos en que su amiga Mariquita se posaba sobre ella y la hacía cosquillas por todo el cuerpo. Mariquita vivía en una ranura del tronco de Papá Árbol desde el verano pasado. ¡Qué divertido era estar con ella! ¡Qué bueno acordarse de Mariquita! Y cerró los ojos un ratito y soñó con volver a verla y a sentir el cosquilleo de sus patitas sobre ella, pronto. 


Las campanitas de la puerta sonaron otra vez y Hoja despertó de su sueño. Cuando abrió los ojos se vio sobre una mesa de cristal rodeada de botecitos de colores. Sus hermanas, que ya habían dejado de llorar y estaban cada vez menos tristes y mas contentas, andaban esparcidas a su alrededor. Sobre una de ellas, Hoja pudo ver trazos de vivos colores, aunque no sabía muy bien que eran. En otra, muchos garabatos raros parecidos a los que llevaba el hombre del traje verde bordados en su gorra marrón.

Mientras estaba observando atentamente a su alrededor, notó un cosquilleo en el lado superior de su nuevo cuerpecito. Entonces escucho un suspiro suavito y descubrió sobre ella a la Chica de la voz dulce. ¡Qué bonita era y qué sonrisa tan bonita tenía! Entonces el cosquilleo continuó y continuó y continuó mientras Hoja disfrutaba de la bonita sonrisa y los suspiros de la Chica de la voz dulce. 


Fue un día maravilloso para Hoja. Nunca había estado tanto rato sintiendo cosquillitas sobre su cuerpo. ¡La gustaba tanto, tanto! Además, la Chica de la voz dulce cantó canciones preciosas mientras la “pintaba” y la “escribía”. Hoja, supo que era eso lo que la Chica de la voz dulce hacía sobre ella, al oírla hablar con alguien a través de un raro cacharro que se sujetaba al lado de la oreja. También supo, que estaba “enamorada” y deseando regalarle a “Nico”, el Chico de la tierna mirada, su carta de Amor.

¡Sorpresa! Ella, Hoja, sería un regalo. Se había convertido en una Hoja de Amor, en una carta de Amor. Entonces, recordó lo que su Mamá Tierra con su melena de raíces tan largas le dijo, también recordó los consejos de su frondoso Papá Árbol. 

¡Nunca, ni en sus mejores sueños cuando vivía en su pequeño jardín, había llegado a verse convertida en algo tan hermoso!


El Chico de la tierna mirada 

Doña Luna se presentó esa noche acelerada y nerviosa. Estaba llena, llena de luz, como a Hoja le gustaba. Se presentó por la ventana de la habitación de la Chica de la Voz dulce agitando la paz de Hoja. “¡Vamos despierta Hoja loquita, se acerca el momento, vamos!”  No había Doña Luna terminado de pronunciar estas palabras, cuándo la Chica de la voz dulce abrió la puerta de la habitación. ¡Qué bien olía! A Hoja le recordó a las mañanas de otoño cuando el césped del jardín evaporaba las gotas de rocío. Entonces la Chica de la voz dulce cogió dulcemente a Hoja la besó y se la guardó en el pecho.

Hoja notaba a cada paso de la Chica de la voz dulce, el palpitar de su corazón y a cada palpitación Hoja se sentía más feliz. Al cabo de miles y miles de bellas palpitaciones la Chica de la voz dulce se paró. Hoja sintió como respiraba muy, muy profundamente, para expirar a continuación, muy, muy lentamente. ¡Qué bonito ese paseo en el pecho de la Chica de la voz dulce, no lo olvidaría jamás! Entonces sonó un Ding-Dong y la Chica de la voz dulce sacó a Hoja de su pecho, la volvió a besar rápida una y mil veces y la depositó a los pies de una puerta. Luego, la chica de la voz dulce se fue andando muy, muy deprisa. 

Un instante después, la puerta se abrió. Hoja notó como una mano fuerte y segura la recogía del suelo. Frente a ella un Chico, un Chico de una mirada tierna que comenzó a posarse en cada poro de su cuerpo. Hoja, se estremeció al ver el brillo que emanaban los ojos de aquel Chico. Se estremeció al sentir una gotita cálida, templada que resbalaba por la mejilla del Chico de la tierna mirada y que cayó justo en el centro de una estrella que la Chica de la voz dulce dejó tatuada en su cuerpo blanco de pizquitas plateadas.  


El Chico de la tierna mirada y la Chica de la voz dulce


Hoja estaba ahora entre los dos, escuchando una sinfonía de latidos, sintiendo el poder del Amor que emanaba del pecho de la Chica de la voz dulce, del pecho del Chico de la tierna mirada. Entonces la distancia entre ellos dos se fue haciendo chiquitita, cada vez más pequeñita y Hoja sintió el Amor más grande del mundo cuando la Chica de la voz dulce y el Chico de la tierna mirada se abrazaron y se unieron en un beso largo e infinito como los rayos del Sol y la Luna. 

Y así fue como Hoja se convirtió en la Hoja más especial y afortunada del universo



Dedicado a mis Bebés
los gemelos Martín y Martina
Clara y Valentina
Os llevo en mi corazón










tiritas y tijeritas

Tengo TIJERITAS


Especiales para ataduras duras
Mieditos, obsesiones, malas influencias, tristezas arraigadas, fantasmitas, malos hábitos, nuditos de indecisión, desamores…

Tengo TIRITAS



Especiales para cortes de TIJERITAS

¿Tiritas o Tijeritas?

Tengo de las dos si las necesitas

Ser de mayor

¿Y si un día te dijeran que puedes volver a ser pequeñito?
¿Y sí de pronto te vieras en tu cole con tus amigos de la infancia?
¿Y si te pregunta la maestra, el maestro, “¿qué quieres ser de mayor?”?
¿Qué le dijiste?
Acuérdate, rebobínate, date el gusto de verte hoy rememorando tus aspiraciones.
¿Has cambiado? ¿Qué queda de lo que fuiste?
Saltar a la comba, jugar al escondite, reír, caerte, hacerte una herida en las rodillas, coleccionar cromos, ir al cumple de tus amigos, comer puré, llorar, tener pesadillas, aprender a leer, coger mariquitas y lagartijas, que mamá te peine, que papá te lleve al futbol, las notas, la niña del pupitre que te mira, las excursiones al rio, el niño que te gusta, churro-media manga-manga entera, las monedas resonando en la hucha que te trajeron los reyes magos, los besos de mamá, los de papá, tus primeros dibujos….
Me gusta recordarme y verme crecer. He crecido sí, hacía fuera y hacía dentro.

Y cuando me miro así, te echo de menos siempre. 
Porque en algún momento, me crucé contigo y seguro, seguro que fueron momentos felices.
No sé cuanto media cuando te conocí, pero sé que hoy soy lo que soy porque pasé tiempo contigo.
¿Qué quería ser de mayor?
Un ratito de alegría en tu vida

Buscándome

Nunca sé dónde me pierdo. 
Mejor, cuándo me he perdido. 
En el tiempo, quiero decir. 
Echo la vista hacia atrás y no encuentro ningún momento en el que mis decisiones no fueran deliberadas.
¡Me pone de los nervios perderme sin aviso!
Perderme sin darme cuenta, ¡hace instantes supe a dónde iba!
Es de locos cuando me pierdo. 
Porque el paisaje se hace irreconocible de forma instantánea.
Porque dónde me encuentro en este "ahora" no me lleva a dónde sé que iba.
Porque lo que construía se queda a medias y huérfano de mis ilusiones.
Porque dejo de ser lo que estaba siendo, para ser lo que aún no me ha dado tiempo de pensar que seré.
Y ¿cómo voy entonces a encontrarme, si de partida no sé dónde estoy? 
Es, como si me cambiarán de historia de golpe.
¿Quiénes son? ¿Cuántos?
Busco con la boca abierta, los ojos como lunas llenas, brillantes, expectantes.
Busco a mí alrededor, girando sobre mí misma.
Busco al último compañero de camino, le llamo, le imploro que me reconozca.
Pero no es él quien no me recuerda, soy yo quien ya no le veo.
Y sé, que está allí, presente. A una línea de mis pies. 
Me susurra que nada ha cambiado. Pero ya no le oigo.
Y tengo miedo. 
Miedo de los "no sé por qué". 
Miedo de lo que no acaba nunca.
De pensarme y trasladarme de golpe a otra realidad sin preámbulos, sin prólogos, sin premeditación. Sin escrúpulos.
Y ¿por qué tendemos siempre a tener un fin? Le digo mirándole a los ojos.
Me sonríe fiel, como un espejo al otro lado de la línea. 
Insisto, ¿Por qué tenemos que vivir siempre agotándolo todo?
.....
.....
¿Vas a volver?, me pregunta.
¿Si me dejan?, le contesto.
Y creo que escucho al silencio decirme: 
Déjate volver y continuar. Eres libre. Recuérdalo.
.......
.......
.......
.......
.......
Entonces me doy cuenta de que Soy Yo quien cambió de golpe mi historia.
Yo, la que me dejé vencer, la que se perdió a conciencia y regresó de golpe a Nunca Jamás.