Empiezo a recordar
el día de antes al día en que me mataste.
Estaba serena, con
el stress de la creación, con el alma de los valientes, aguantando tus
embestidas cotidianas, creyendo en tu dirección. Levantando la mirada del suelo
cada vez que me la imponías, desterrando las dudas de mis errores, ahuyentando
los fantasmas de tus inmerecidas sonrisas a los que al igual que yo erraban.
Sujetando la tela de araña que habíamos tejido juntos durante años. Sacando de
mi armario todas las posibilidades para conseguir eso que no sabías
que querías. Rompiendo cada noche los barrotes de la prisión en la que me
encerrabas cada tarde. Entendiendo, aceptando tus rupturas con el pasado, tus
miedos, tu inseguridad. Deje mis alas para posarme
en la tierra por petición tuya. Escuché tus burlas, vi tus caras agrias, tus ansias
de poder, tus intenciones puestas en el éxito y las trasforme en silencios para
sostener la amistad.
Me cegó la alegría
de la oportunidad. Consentí el maltrato y tu furia. Recogí la basura que no
sabías dar a quien la creaba cargándola en mi espalda. Y seguí trabajando con
ganas. Con alegría.
Entonces tú,
decidiste eliminarme de tu juego macabro. Por la espalda. Sin previo aviso. Una
puñalada. Después del silencio.
Y sé, lo sé porque
hoy he vuelto a recordarlo, que antes de que me asesinaras, acusaba el
cansancio de la vida cotidiana, de la madrugada para ganarme el pan, de la
carrera para dar un bocado antes de lanzarme a crear tu juego egoísta, de
las noches en vela para no olvidar tus directrices, de las madrugadas ensayando
una voz, un cuerpo, sola, a pesar de mis suplicas para que me ayudaras. Sabías
que lo dejaría todo por tu juego egoísta.
Sí, estaba
cansada, pero no me sudaban las manos como ayer, no se me erizaba el cerebro
contra el cráneo, no me dolían los órganos internos ni pensaba en la muerte
súbita. No lloraba a todas horas y me escondía de la gente, no sentía la maldad
reverberando en mi pecho en los encuentros cara a cara, no me encogía como una
niña pequeña y asustada. No me dolía el corazón tan intensamente ni tenía las
muñecas rotas las manos débiles los ojos perdidos. No me crujían los huesos
añorando su lugar original. No andaba por el mundo sin sueños que construir sin
dirección sin inspiración sin música sin fuerza sin valor sin ganas sin amor, sin Mí.
Estoy venciendo a
esta pequeña muerte.
A la muerte que tú me diste. Y a veces te pienso y me digo, que bueno vivir-morir al
mismo tiempo para darle a esta travesía de la vida el valor incalculable que
tiene. Y no sé si me engaño perdonándote, con este amor ingenuo del espíritu y
del alma. Atendiendo a los que hablan del antes y el después de la vida y de
nuestros propósitos para elevarnos como humanos, atendiendo a los que dicen que
dejes ir en paz a los que te hirieron. No sé si existe el perdón para quien quita
la vida.
Y darme cuenta de
lo que me cuesta gritar y liberar mi hígado de tanta rabia incomprensión ira
enfado desconsuelo tristeza odio. Y darme cuenta de que existe dentro de mí un
lado muy oscuro que llevo transitando desde que tú me mataste. Inocente
mujer en busca de la luz. Desaprobando lo que ya no sabe si sabía o solo eran creencias sin pies.
Y mientras, como en todos los episodios de la vida en que se toca fondo, la
vida sigue ahí sonriendo, cantando, bailando, brillando, también tal vez para
ti. Y no me importa que así sea. No me importa como es tu vida ahora. No me
importa tu vida ya nunca.
Me importa volver
a ver mi sonrisa estallar arrebatadamente ante lo más insólito,
despertarme y pintar garabatos en los sobrecitos del té, sentir mi sexo lleno
de dulce furia, parir criaturas de mentira sobre las sábanas y leerlas de
madrugada, teñir mis dientes de burdeos bebiéndome la vida de los buenos
amigos, arrastrar mi cuerpo cansado de bailar y dormir sin piernas, sin brazos,
sin cerebro, rendirme al placer de cada día, vestida solo de aliento.
Rendirme a la Vida
de nuevo, con coraje, con entusiasmo, con alegría.
5 de
Febrero de 2014